Contador de Lecturas

ESPECIAL ANDREA:

Muy a pesar de todo lo que he vivido hasta ahora, nunca he perdido la esperanza en la raza humana, a pesar de haber visto tantas cosas y pasado por tanto… Una vez llegamos a la nueva comunidad, mis energías se renovaron, las primeras noches nos dedicamos a hablar alrededor de la mesa sobre nuestras experiencias allá afuera. Esa gente llevaba mucho tiempo allí aislados, quizá demasiado. Querían saber cómo había empezado todo, cómo estaban las cosas fuera…
                La verdad es que poca información podíamos darle, el desconocimiento era la tónica general… sólo podía contarles lo que había vivido yo en primera persona. Cuando empezó todo, nos llamaron a todos los médicos a primera línea de fuego, a la puerta de urgencias, nos dedicábamos a tratar síntomas, la poca información que teníamos creo que era errónea, nos dijeron que se trataba de una infección viral, que se estaba extendiendo rápidamente en la población con una alta tasa de mortalidad. En principio nos informaron de que no se trasmitía por el aire, sino por contacto íntimo con otra persona, los besos, las relaciones sexuales, compartir un vaso… El gobierno empezó campañas absurdas de concienciación para que la gente se saludara dándose la mano y no se besara y cosas así que no servían para nada, porque, como pudimos comprobar después, se trasmitía por el aire y nadie estaba a salvo. Mientras, nosotros, desbordados en el hospital, doblábamos turnos, dormíamos un rato en el hospital y volvíamos a bajar… Pronto empezaron a enfermar compañeros y la cosa se ponía cada vez peor, cada vez éramos menos atendiendo a enfermos y más pacientes. Gente en los pasillos, los muertos se mezclaban con los enfermos en camas adjuntas…
                Al final el hospital era un sitio inhabitable, la tasa de mortalidad era altísima y ya no quedábamos más que tres compañeros, un cirujano, una enfermera y yo. Un día la cosa se puso fea… un hombre de unos 35 años entró amenazándonos con una pistola para que curáramos a su hijo, el niño, de unos 5 años estaba muy mal, su padre lo traía en brazos y el pobre estaba inconsciente, bañado por el sudor y con una fiebre altísima, ya le costaba trabajo respirar cuando entró en el hospital. Hicimos todo lo que pudimos, pero al final el niño falleció, su padre entró en cólera, entre el dolor y la ira perdió los papeles, nos culpó de la muerte de su hijo, entre gritos, empezó a disparar, salí corriendo aterrada, empezó a perseguirme por los pasillos del hospital, salí por la escalera de emergencias y me refugié entre los cientos de coches que se amontonaban en el parking… estuve horas decidiendo si volver al hospital o seguir adelante, y ese fue el momento en el que decidí, entre lágrimas y con todo el dolor de mi corazón, mirar adelante y escapar de aquel hospital. 
                Llevaba semanas allí aislada, no sabía nada de mi familia desde que las líneas de teléfono empezaron a fallar y mi primera intención fue buscar un coche y ponerme en camino a mi casa… mi antigua casa, no encontré a nadie por el camino, supongo que las pocas personas que quedaban con vida, intentaban evitar el contacto humano, aún guardaba una copia de las llaves de casa de mis padres, la casa donde me había criado, abrí la puerta, llamé, pregunté en voz alta… pero nadie contestó, no encontré a nadie en casa, lo que me tranquilizaba en  parte, porque mantenía la esperanza de que pudieran haber escapado de allí y seguir con vida.
                Al encontrarme en casa sola fue cuando decidí comenzar mi camino en solitario en busca de… no sé muy bien de qué, supongo que en busca de respuestas. 
DIA 7:

Cuando me desperté esta mañana no imaginaba ni por asomo que iba a conseguir encontrar una comunidad tan rápidamente.
Pese a estar tan cómodos y seguros en la casa en la cual pasamos la noche, Andrea estaba totalmente convencida de seguir buscando una nueva comunidad donde vivir. 
Después de llevar varias horas conduciendo, estaba totalmente desorientado, y no tenía ni idea de donde podíamos estar, sólo veía montañas y árboles. Andrea en cambio, parecía que lo tenia todo muy claro. Tomaba caminos y desvíos como si estuviese siendo guiada por un gps.
De repente un frenazo en seco me sacó de mi sopor, miré hacia un lado y ahí mismo vi una cancela metálica rodeada de muros y en lo alto del todo, dos hombres apuntándonos con rifles.

-¿Quiénes sois? - Preguntó uno de ellos.
- Me llamo Alex y ella es Andrea, ¿y vosotros?
-Silencio - gritó. - Aquí las preguntas las hacemos nosotros.
- Bajaos del coche despacio y no hagáis ninguna tontería.

La puerta comenzó a abrirse y de ella salieron los dos vigilantes apuntándonos como si fuéramos asesinos.
-¡Tranquilos chicos! Se escuchó una voz que se acercaba. Era un hombre de unos 60 años, tenia la barba blanca y el poco pelo que le quedaba bastante desaliñado.
- ¿Cómo habéis llegado hasta aquí? Pensábamos que nos habíamos escondido lo suficiente como para que no nos encontraran.
- Venid a mi despacho y os pondré al corriente de nuestra situación, con una condición, las armas las dejareis en el coche, ya nos encargaremos nosotros de ponerlas a buen recaudo.

Después de contarle toda nuestra historia y como habíamos conseguido llegar vivos hasta allí, asintió con un gesto de aprobación y comenzó a hablar él.
Me llamo Carlos Moreno, la gente que veis aquí son familiares y amigos que conocían la ubicación de esta finca porque ya habían estado aquí con anterioridad.
Antes de la "gran infección", así es como yo la llamo, era un empresario de éxito, pero me cansé del ritmo estresante de la ciudad y me fui lo mas lejos posible de Madrid. Después de mucho buscar encontré esta vieja finca alejada de la civilización, perteneció a un viejo granjero y cuando murió sus hijos no quisieron hacerse cargo de ella y me la vendieron. No llegaba la electricidad y estaba muy abandonada, así que me puse manos a la obra y la reformé entera. Quería venirme aquí a disfrutar de mi jubilación, pero eso nunca pasó.
Cuando la gente comenzó a enfermar y el gobierno no dio solución alguna, decidimos venirnos aquí por lo que pudiera pasar. El tiempo nos dio la razón y gracias a Dios, hemos tenido un sitio donde vivir.
Tenemos agua potable, aunque el sabor no es muy bueno porque es de pozo, un generador eléctrico, un río a pocos kilómetros de aquí al que vamos de vez en cuando a pescar, una huerta, algunos animales de granja y una vez en semana salimos a cazar, como ves tenemos suficiente como para poder vivir sin problemas.

- Bueno, a todo esto, ¿A qué os dedicabais antes?
- Pues yo era electricista y Andrea era médica, así que si nos dejan vivir con ustedes podemos servirles de      ayuda.
- Lo comentaré con el resto de la comunidad y cuando tengamos un veredicto os avisaremos, pero mientras    podéis pasear por la finca, mi hijo Alberto os acompañará en una visita guiada, espero que os guste.

Después de un paseo a fondo por la parcela y alrededores, Andrea parecía haber recuperado la ilusión por pertenecer a algo. Había una mujer embarazada y estaba deseosa por poder examinarla, sentirse parte del grupo. Yo en cambio, no estaba demasiado cómodo. Había algo que me hacia dudar pero no sabía que era, tal vez, demasiada amabilidad en los tiempos que corrían.

Aquella misma noche Carlos organizó una gran cena, había comida y bebida por todas partes, como si nada hubiese cambiado y estuviésemos en una de sus barbacoas de fin de semana.
Carlos se levantó y pidió silencio para decir unas palabras.
- Alex, Andrea, hemos decidido que os podéis quedar con nosotros y formar parte de nuestra creciente comunidad, enhorabuena.

Cuando Carlos acabó de pronunciar esas palabras, varias personas se levantaron y se fueron sin despedirse y con un gesto muy serio. Supongo que habrían votado en contra de que entrásemos a formar parte de sus vidas, tal vez no se fiaban de nosotros, pero yo de ellos tampoco.



DIA 6:

Nunca imaginé que una herida de bala pudiera ser tan dolorosa, habían pasado varias horas ya, desde que Andrea me suturó la herida, pero aun así seguía sintiendo ese dolor punzante que me atravesaba todo el hombro. 
La noche la pasamos al raso durmiendo al lado de una fogata, la cual utilizábamos para calentar las latas pocas de conserva que aun nos quedaban. Si alguien os dice que las albóndigas enlatadas están buenas, sinceramente os están tomando el pelo.

Nos despertamos abrazados, tapados por una fina manta y muertos de frío, ya que el fuego se había apagado y en la sierra hace frío incluso en las noches de verano. 
Decidimos ponernos en marcha temprano, ya que a Andrea no le gustaba estar mucho tiempo parada en el mismo sitio. No paraba de contar las veces que había visto peleas por unas latas de comida y no quería arriesgarse tontamente.
El viaje resultaba bastante tedioso. Había ratos en los que no pronunciábamos ni una palabra, solamente escuchando la música de fondo que llevábamos puesta, otros ratos nos contábamos nuestras ideas de futuro si el mundo no hubiera cambiado. 
Al cabo de las horas de viaje encontramos una finca que nos llamó la atención. Andrea paró el coche y nos asomamos a la reja. Había una casa de dos plantas en mitad de la parcela, era nuestra oportunidad, podríamos encontrar mas comida y cosas que nos pudiera servir.
No nos fiábamos de entrar, nunca se sabe si podía haber alguien dentro y nuestra visita no les resultaba muy agradable. También podían habernos visto y estaban esperando a que entráramos para tenernos en su terreno y así robarnos con mas facilidad.
Por mas que gritábamos no contestaba nadie, así que saltamos la verja y fuimos directos a la casa.
Entramos en la casa rompiendo una ventana. Había un olor nauseabundo en el ambiente, el mismo olor a muerto que noté cuando abrí aquel todoterreno en la autopista.
Registramos todos los cajones y el frigorífico, conseguimos hacernos con bastante comida y algunas herramientas muy útiles. Mi ropa estaba sucia y rota, así que subimos al piso de arriba para buscar algo para cambiarme. De repente, de una de las habitaciones comenzaron a escucharse unos gruñidos.
Desobedeciendo cualquier lógica nos acercamos hasta la habitación. Yo preparé mi pistola y Andrea abrió la puerta rápidamente.
De un salto me atacó un pastor alemán y reaccioné rápidamente pegándole un tiro. Justo en la cabeza, murmuró Andrea.
Entramos en la habitación y había un cuerpo de mujer medio devorado. El pobre perro se había quedado atrapado en el dormitorio con su dueña, y cuando no le quedó mas remedio, el hambre hizo el resto.

Habíamos tenido ya demasiadas emociones durante el día, así que decidimos quedarnos tranquilamente el resto del día allí, comiendo y charlando. Dormir en una cama se agradece mucho en los tiempo que corren.